jueves, abril 27, 2006

Mirando hacia el oeste

mirando hacia el oeste con preocupación, mirando hacia esa nube negra que amenaza descargar su nieve en pleno agosto, intentando saber por qué demonios se nos acorta el paraíso antes de tiempo, un mes menos, cuatro semanas menos, treinta días menos, expulsados por haber comido de la fruta prohibida, Aguirre como ángel castigador con sus cien ojos que ve, espía y cuenta, y ahora viene la nieve, y hay que recoger la tienda, y he visto como te tiemblan las piernas al pensar que esto se ha acabado, que te vas a casar pronto, que se nos van haciendo cortos los días, que al agua del arroyo baja cada vez más fría, y efectivamente, esto es un paraíso, pero nadie nos advirtió de que había frutas prohibidas, nadie nos dijo: puedes comer de todas las frutas de estos árboles pero no pruebes la manzana, (y nosotros nos hemos comido unas cuantas, ¿eh, vaquero?), nadie nos avisó de que no debíamos mirarnos a los ojos: nos hablaron de ovejas perdidas, del peligro de encender hogueras en el monte, de comidas que aburren a fuerza de repetidas, de rayos que matan rebaños enteros, de caballos que se desbocan y se lanzan al precipicio, pero nadie nos advirtió sobre los cruces de miradas, nadie nos dijo que no podíamos ni siquiera rozarnos al pasarnos la taza de café, que debíamos huir de los cogotes y de la forma en que se pierde el pelo tras el cuello de la camisa, que evitáramos sentir nuestros alientos cálidos cuando juntásemos las cabezas mirando las estrellas borrachos de luna llena.

mirando hacia el oeste con preocupación, comprobando cómo las cumbres se van ocultando tras un manto blanco que se vuelve naranja y violeta con los últimos rayos de la tarde, que los pájaros se han ido, que las ovejas tiemblan ateridas, que aún quedan manzanas, pero pocas (y que nos las vamos a comer todas esta misma noche, ¿eh, vaquero?), que no vamos a dejar ni las hojas, porque nadie nos advirtió de los peligros de las miradas verdes que se encuentran casualmente y duran un par de segundos más de lo apropiado.


Otro poquito de Luis Cernuda, cegado también por alguna mirada rubia:

Los marineros son las alas del amor,
son los espejos del amor,
el mar les acompaña,
y sus ojos son rubios lo mismo que el amor
rubio es también, igual que son sus ojos.

La alegría vivaz que vierten en las venas
rubia es también,
idéntica a la piel que asoman;
no les dejéis marchar porque sonríen
como la libertad sonríe,
luz cegadora erguida sobre el mar.

Si un marinero es mar,
rubio mar amoroso cuya presencia es cántico,
no quiero la ciudad hecha de sueños grises;
quiero sólo ir al mar donde me anegue,
barca sin norte,
cuerpo sin norte hundirme en su luz rubia.

10 Comments:

Blogger Ana said...

Miro hacia el oeste y solo veo tierra árida. Los manzanos desaparecen y nada crece, nada tiene olor a tí.
Miro el horizonte pero ya no veo montañas, solo veo desiertos y a un hombre que se tendrá que acostumbrar a vivir sin agua después de haber vivido en un vergel.
Te miro y te dibujo en mi mente con cada detalle, cada arruga, cada pelo, cada gesto, cada mirada porque no quiero darle la oportunidad a mi mente de olvidar ni uno solo de los minutos vividos aquí.
Me miro y me veo pequeño, pequeño y solo como un pez dentro de una botella.

27/4/06 10:50  
Anonymous Anónimo said...

He pensado infinidad de veces en esta noche, la última vez que pasaríamos juntos en vete a saber cuanto tiempo, pues tu estarás en brazos de una mujer muy pronto y yo me quedaré solo, esperándote, recordándote noche tras noche, despertando en el frío amanecer sin tu calor y tu aroma.

Querría poder dominar el tiempo, quisiera parar el reloj, provocar una intensa nevada, quedarme con mi vaquero aislado, calentándonos mutuamente, y estar contigo indefinidamente, hasta vaciar la despensa de ovejas; luego cazaríamos, comeríamos raíces y seguiríamos en nuestro edén particular, lejos del mundanal ruido y de los prejuicios que nos esperan ladera abajo. Nos construiríamos una cabaña, permaneceríamos en las montañas como los pioneros explorando una tierra ignota y exuberante, sobreviviendo como pudiéramos, pero juntos, que es lo más importante.

He rezado furtiva y desesperadamente para que este verano no terminara, esperando que Aguirre se olvidara de nosotros y siguiéramos aquí, impertérritos, desafiantes a cualquier cosa o persona que nos pudiera turbar, aguardando el Pentecostés o como se llame el día del Juicio Final; ahora incluso me pregunto si ese fatídico día no será, en verdad, el día de mañana, cuando te perderé de vista, vaquero mío, quien sabe si por siempre jamás. Me resulta muy difícil recordar algo anterior al inicio del verano, en algún momento tengo la sensación de que siempre hemos estado aquí, que nos conocemos de toda la vida.

Reloj, detente, no marques más horas, déjanos a un lado, olvídate de nosotros, que podamos seguir disfrutándonos, al fin y al cabo no hacemos mal a nadie, pero el tiempo sí nos hace daño, es doloroso, pensar que el nuestro juntos se acaba y empieza otro período, incierto e indeterminado, en que nos tenemos que separar. Nadie tiene derecho a hacernos esto, no hemos hecho nada para merecer esta desgracia; preferiría que un rayo nos fulminara esta noche a los dos, acostados, el uno junto al otro, así moriríamos felices y no tendríamos que separarnos, permaneceríamos unidos por toda la eternidad, ya no puedo imaginar más felicidad.

Sé que no podremos dormir, seremos incapaces de descansar sabiendo lo que nos espera, escrutaremos todos los rincones de nuestro cuerpo y seremos incapaces siquiera de perder contacto una milésima de segundo. Pero el tiempo, nuestro cruel y feroz enemigo, nos acecha sin piedad. A mediodía todo habrá terminado, sólo nos quedan doce horas, setecientos veinte minutos, cuarenta y tres mil doscientos segundos, cuarenta y tres mil ciento noventa y nueve, cuarenta y tres mil ciento noventa y ocho… ¡¡¡Dios que tortura!!!

27/4/06 13:41  
Blogger un-angel said...

Aquellas nubes del oeste son un oscuro presagio que ni tu ni yo en ese momento nos atrevemos ni siquiera a imaginar. Hoy por hoy, aunque siento algo raro en el pecho que quizás no sea nada, el principio de un catarro o una indigestión de las malditas alubias
(...o quizás es el miedo de no volver a sentir tu pecho en mi espalda una vez más...)
hoy por hoy, me digo, tengo claro mi futuro, tengo el croquis hecho, sé lo que quiero hacer, sé lo que tengo que hacer, sé lo que se supone que debo que hacer: una esposa, unos hijos, una vida más, no una vida única a tu lado, solo una vida más, porque es más fácil, porque quiero hacerlo... porque tengo miedo puto jack twist de que si vuelvo a sentir el roce de tus manos en mi cuello no quiera bajar de esta montaña nunca más.
Y mientras tanto continua ese viento, llenándome el pecho de nubes, de copos de nieve y de aves oscuras...

27/4/06 13:49  
Anonymous Anónimo said...

Desde mi atalaya, mirando hacia el oeste, se ven llegar las tempestades, las galernas, los vendavales, las tormentas, los nubarrones, las borrascas... y se ven desaparecer el sol, la luna, las estrellas...
Del norte viene la lluvia, del sur el aire tórrido, del este el viento frío...
Pero a menudo, sin necesidad de mirar a ningún lado, el tiempo es magnífico allí, en la atalaya.
Os guardo un lugar en mi refugio.

27/4/06 16:49  
Blogger Charles Ryder said...

Ha venido calladamente, ha soltado su ponzoña y se ha marchado. Ahora al volver te he encontrado atareado como ningún otro día, deshaciendo con tus manos enguantadas nuestro mundo de felicidad, evitando que tu piel roce los objetos que han sido tuyos y míos.
Por un instante te he odiado, y he gritado y maldecido, y me he apartado. A solas ahora aquí me parece estar de nuevo en medio de la nieve fría mientras observo tu figura presurosa en recoger y empaquetar. Pero al ver tu mirada baja, al oir tu silencio, siento que tras esa prisa tuya late la desesperación de no intentar prolongar más unos momentos que nunca más han de volver. Se acabaron todos casi sin que pudiésemos darnos cuenta, como no sentimos el paso callado del caballo de Aguirre, jinete de la muerte que ha venido a matar nuestra felicidad. Sin haber terminado el verano para ti y para mi ya es invierno: atras quedaron, amor mío, estos días que compartimos en la Arcadia.

27/4/06 18:33  
Blogger Mar del Norte said...

Por el oeste se pone el sol, dice adiós y se acaba la luz del día. Por el oeste llegan las lluvias, los vientos fríos.Por el oeste llegó la gran tormenta a Brokeback, la peor de las tormentas, en la que anegó no solo la tierra sino los ojos y los corazones de Ennis y Jack. La gran tormenta se produjo en un callejón donde un hombre cayó rendido, doblado por un dolor jamás sentido pero tan real..

27/4/06 19:15  
Anonymous Anónimo said...

Cuando llegará el día en el que no haya frutas prohibidas ni siquiera paraíso. Mientras tanto voy a mecerme en el mar y a oir su cántico, quizás el Cantábrico.
Te invito Amuitz.

27/4/06 19:45  
Anonymous Anónimo said...

Perdón, pero este blog es magnífico.

27/4/06 21:24  
Anonymous Anónimo said...

anonymous, no digas: perdón, pero...
tan solo dí: este blog es magnífico
y tú lo harás mejor.

28/4/06 02:50  
Anonymous Anónimo said...

Tú miras al oeste y yo miro al suelo, y no lo veo; no veo más que silencio eterno y soledad, no veo más que dolor de estómago y días negros. Veo a Alma y no quiero verla, quiero unos labios que me raspen con su barba, quiero un pecho plano y peludo, quiero unas manos ásperas de callos, quiero un armario lleno de pantalones vaqueros y camisas y calzoncillos.
Quiero quedarme aqui y pisar siempre los senderos blandos que pisas tú, Jack, y no pisar nunca más la puta tierra polvorienta del llano.
Pero miro al suelo y no lo veo, no veo nada, no veo una mierda, solo veo la oscuridad que viene por el oeste y que me va a llenar la vida, por dentro y por fuera.

28/4/06 13:10  

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