miércoles, febrero 22, 2006

Otra vez veinte años



Me siento como si volviera a tener veinte años, como aquella primera vez en la que te quitaste la chaqueta y corrimos bajo la lluvia, como cuando estuvimos la noche entera en las escaleras de tu piso porque tu hermana llegó sin avisar, como aquella vez que rozaste mis manos al pasarme el litro de cerveza y me susurraste al oído “No, ella sólo es una amiga”, como aquella vez en la que me escribiste una nota en clase tras una noche de borrachera que decía “tenemos que hablar”, como aquella vez en la que me besaste en el metro y nadie se sorprendió (aun guardo el billete), como aquellas veces en las que nos quedábamos tumbados en el césped de la Facultad mirando al sol sin pensar en las clases, como cuando te iba a buscar tras el partido de rugby y los demás te miraban y te decían: mírale, ahí le tienes. Como cuando te llevé al hospital para que te curaran el corte que te hicieron con los tacos de las botas en la cara y pediste a la médico que me dejaran entrar para que te soplara en la herida, como aquella vez que me abrazaste en tu coche y lloraste como un crío, como cuando me dijiste que tu nunca te enterabas de nada hasta que no te lo decían claramente, y entonces yo te dije que te quería y tu dijiste: “vale, ahora ya está claro”.

Gracias Brokeback Mountain.

2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Quizás yo diría otra vez veinte y pico (largos); intento recordar qué hacía con 20 años, qué pensaba, qué quería, a quien amaba... y esto último es lo que más me cuesta recordar. Intento bucear en la noche de los (mis) tiempos y no puedo apenas retrotraerme más allá del día en que le conocí a él, parece como si antes de aquellos maravillosos días (por ser los primeros, pero que hoy siguen siendo tan intensos o más) no existiera prácticamente nada, sólo mi infancia y mis pueriles recuerdos. Como olvidar nuestro primer encuentro, nuestra primera cena, nuestra primera playa juntos, nuestro primer abrazo, nuestra primera caricia, nuestro primer beso, nuestra primera vez...

Cuando tenía 20 años ni siquiera sabía remotamente de su existencia, en mi subconsciente me negaba a mi mismo mi propia personalidad y sólo pensaba que algún día encontraría mi media naranja. Me censuraba a mi mismo, pero estaba sumido en un mar de dudas que ahora, muchos años después, puedo vislumbrar con claridad, y siento aliviado que ese mar tempestuoso que me ahogaba se convirtió en un tranquilo mar caribeño de cuyas aguas turquesas gozamos los dos en una virginal playa arenosa a la sombra de las palmeras.

Uno se cree muy fuerte, se crece ante la adversidad y sale adelante desafiando a la soledad, pero cuando encuentras a la persona con la que puedes compartir absolutamente todo, tus esquemas saltan hechos pedazos y, en ocasiones, te preguntas cómo has podido vivir tantos años sin él o intentas recordar qué hacías antes de conocerle, pero una espesa nebulosa envuelve esos recuerdos y sólo puedes ver las cosas en función de él.

A veces tengo miedo de pensar que llegará el día en que la vida y el tiempo nos separe por razones biológicas y pienso (irracionalmente) si no valdría más tener un día un accidente y, por lo menos, acabar juntos y no tener que seguir caminos separados desde una fecha aún por llegar pero que, indudablemente, llegará. La muerte está ahí, acechante, nunca sabemos cuando vendrá a buscarnos, pero sentimos su aliento en multitud de ocasiones y, para evitar su tortura, preferimos no verla, no pensar en ella; al fin y al cabo el conocimiento y la consciencia de su existencia nos hace racionales, y el raciocinio nos permite sentir y amar como lo hacemos, y es lo que, en definitiva, da sentido a nuestras vidas ¿acaso todo lo demás, excepción hecha de la salud, importa algo?

Que podamos recordar muchas veces juntos que otra vez cumplimos veinte o treinta años.

29/3/06 09:27  
Anonymous Anónimo said...

-¿Te apetecería salir conmigo?
- Podría ser.
Me contestaste, y sentí que se cerraba el nudo que se entrelazó un año antes, cuando al entrar en clase te sentaste enfrente de mí y me fijé en tus manos, y en la forma en que no querías mirarme.
Quién me iba a decir que el nudo unas veces me ahogaría y otras se aflojaría demasiado, y que la cuerda se puede transformar en cordón de seda, en cinta de encaje o en soga de cáñamo. Pero veinte años después aquí seguimos, atados porque no queremos desatarnos, amándonos a gritos por la calle, buscándonos, deseándonos, bebiendo besos por las esquinas, descansando depués el uno en el otro.
Al cabo de tanto y tantas cosas, amigo, padre de mis hijas, mi compañero, aquí estamos, juntos.
Pon.
(Para César, hoy que cumplimos veinte años en el mismo barco).

4/4/06 13:25  

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